En esta sección se expone, a continuación, una breve biografía de san Isidro Labrador y santa María de la Cabeza.
SAN ISIDRO LABRADOR
Son muchos los pueblos de la geografía española, entre ellos Periana, que cada 15 de mayo celebran fiestas en honor a su Patrón, san Isidro Labrador.
Se trata de un personaje humilde que en vida dejó pocas huellas. Nació en Madrid, hacia 1080, de las familias de los Isidros y de los Merlos, cristianos que vivían en territorio musulmán. Lo cierto es que la condición de su familia, labradores, no ha ocultado pormenores de su infancia y juventud.
En 1109, el rey almorávide Alí Ben Yusuf, cercó Madrid e Isidro dejó la ciudad, refugiándose en el cercano pueblo de Torrelaguna, donde conoció a María Toribia, más conocida como María de la Cabeza, con la que se casó.
El matrimonio fijó su residencia en la alquería de Caraquiz, donde Isidro labraba unas tierras que María había heredado de sus padres.
Un año después retornaron a Madrid, entrando Isidro al servicio del hacendado Iván de Vargas, cuyas tierras fueron escenario de muchos milagros que se le atribuyen. Este Iván apadrinó al único hijo del matrimonio, quien al poco tiempo de nacer, cayó en un pozo y se ahogó. Entonces, Isidro y María pusiéronse a orar, rogando a Dios que les devolviera a su hijo vivo y el agua del pozo creció hasta lo más alto del brocal, apareciendo el niño encima de las aguas sano y salvo. Por esto y por la facilidad que Isidro tenía para hallar agua que sanaba todo tipo de enfermedades, acrecentándose en vida su fama de santo.
Tras la muerte de su hijo a temprana edad, el matrimonio decidió separarse para llevar una vida más consagrada a Dios. María se retiró a la ermita de Caraquiz, e Isidro permaneció en Madrid. Pero la última enfermedad del Santo puso fin a esta separación. María volvió a su lado hasta su muerte en 1170, a los 90 años.
Según los testimonios, el Santo Labrador pasó su vida dedicado a la oración, pues en el campo Isidro encontraba un templo sin par para dirigirse a Dios, mientras los ángeles se limitaban a poner sus manos en la esteba del arado y a guiar sus bueyes, evitando así las murmuraciones de sus compañeros de trabajo que, a veces, le acusaron de faltar a su deber.
Tras su muerte, fue sepultado en el cementerio de San Andrés, donde permaneció más de 40 años, hasta que al descubrirse su cuerpo incorrupto, fue trasladado, en 1212, por orden del Rey Alfonso VIII, a una urna que se colocó en el altar de la parroquia de San Andrés. Más tarde, por orden de Carlos III, fue trasladado a la Catedral de Madrid, donde también descansa su esposa.
Fue beatificado por el Papa Paulo V el 14 de mayo de 1619.
SANTA MARÍA DE LA CABEZA
María Toribia, más conocida como María de la Cabeza, nació en Madrid o no muy lejos de esta localidad. Sus padres, piadosos y honestos, pertenecían al grupo de los llamados mozárabes.
Fue esposa de san Isidro Labrador. No es fácil decir con qué santidad y trabajos llevó a su vida de mujer casada. Sus ocupaciones eran arreglar la casa, limpiarla, guisar la comida, hacer el pan con sus propias manos. Todo tan sencillo que lo único que brillaba en su vida eran la humildad, la paciencia, la devoción, la austeridad y otras virtudes con las cuales era rica a los ojos de Dios.
Con su marido era muy servicial y atenta. Vivían tan unidos como si fueran dos en una sóla carne, un sólo corazón y un alma única.
Le ayudaba en los quehaceres rústicos, en trabajar las hortalizas, en hacer pozos, no menos en el oficio de la caridad sin abandonar nunca su continua oración.
Como ambos esposos no tenían mayor ilusión que llevar una vida pura y fervorosamente dedicada a Dios, un día se pusieron de acuerdo para separarse después de criar a su único hijo, quedándose él en Madrid y ella marchándose a una ermita, situada en un lugar próximo al río Jarama.
Su nuevo género de vida solitaria, casi celeste, consistía en: obsequiar a la Virgen, hacer largas y profundas meditaciones teniendo a Dios como maestro, limpiar la suciedad de la capilla, adornar los altares, pedir por los pueblos vecinos, ayuda para cuidar la lámpara y otros menesteres.
Estando entregada a esta clase de vida piadosa, unos hombres enemigos, sembradores de cizaña en aquel campo tan limpio de malas hierbas, comunicaron a Isidro que hacía mala vida con los pastores.
El santo varón, buen conocedor de la fidelidad y del pudor de su esposa, rechazó a los delatores como agentes del diablo.
De todos modos, quiso saber de dónde habían sacado aquellas especulaciones. Le siguió los pasos uno de tantos días. Con sus propios ojos vio que su mujer como de costumbre, con la mayor naturalidad, se acercó al río que aquel día bajaba lleno de agua por las lluvias abundantes caídas, y con mucho ímpetu extendió su mantilla sobre la corriente, y como si fuera una barquilla pasó tranquilamente a la otra orilla sin dificultad alguna.
Con la contemplación directa de esta escena, repetida en otros días, el honor de esta mujer continuó intacto ante su marido y ante los vecinos de la comarca.
En los últimos años de su vida, regresó a Madrid y de nuevo empezó a vivir con la admirable vida santa de antes.
Después de morir su marido, volvió a su querida casa de la Virgen como si fuera una ciudad bien defendida por Dios. En este lugar murió llena de años y méritos.
Presente una gran concurrencia de gente de aquellos pueblos, fue enterrada piadosa y religiosamente en la misma ermita, en un lugar especialmente escogido por miedo a una posible profanación de los sarracenos. Cuando estos fueron expulsados a sus tierras africanas, vigente todavía ejemplo de la vida santa de esta mujer, fueron localizados sus restos gracias a una inspiración del cielo. Al sacarlos, todos advirtieron un olor especialmente agradable, nunca percibido hasta entonces.
Hoy, sus restos se veneran en Madrid. Muchos aseguran que hacen incontables milagros.
Con la contemplación directa de esta escena, repetida en otros días, el honor de esta mujer continuó intacto ante su marido y ante los vecinos de la comarca.
En los últimos años de su vida, regresó a Madrid y de nuevo empezó a vivir con la admirable vida santa de antes.
Después de morir su marido, volvió a su querida casa de la Virgen como si fuera una ciudad bien defendida por Dios. En este lugar murió llena de años y méritos.
Presente una gran concurrencia de gente de aquellos pueblos, fue enterrada piadosa y religiosamente en la misma ermita, en un lugar especialmente escogido por miedo a una posible profanación de los sarracenos. Cuando estos fueron expulsados a sus tierras africanas, vigente todavía ejemplo de la vida santa de esta mujer, fueron localizados sus restos gracias a una inspiración del cielo. Al sacarlos, todos advirtieron un olor especialmente agradable, nunca percibido hasta entonces.
Hoy, sus restos se veneran en Madrid. Muchos aseguran que hacen incontables milagros.
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